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Y entonces la dama de Pushpavatika volvió a intervenir:
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“Oh, misericordiosa Alteza, si tan sincera es,
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le pido que escuche con atención mi adivinanza.
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¿Qué es aquello que, aun rebosante de vida, es de tacto tan frío como un cadáver
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pero que lanza una cálida brisa entre la gente cuando muere?”.
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A lo que la princesa de (...) respondió:
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“Estás hablando de las rosas que se marchitan al final de la primavera. A pesar de sus espinas, no pueden ocultar su dulce aroma.
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Las flores se cosechan para fabricar un intenso perfume y los tallos se cortan para obtener la mecha de las lámparas de aceite.
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Muchos amantes han quedado cautivados por ellas a lo largo de la historia, y muchos monarcas han admirado su belleza.
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Sin embargo, esas rosas solo viven por la luna y el rocío de la mañana”.
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La dama de Pushpavatika guardó para sí la admiración que en ella despertaron aquellas palabras, logrando mantener su hermoso rostro en calma.
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Manteniendo la compostura, dio un paso adelante y le planteó una segunda adivinanza a la princesa.
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La dama de Pushpavatika dijo:
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“Oh, princesa, ¡su sabiduría me llena de regocijo! Logró acertar la primera adivinanza.
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Pero en este mundo, desde las estrellas al abismo, siguen existiendo incontables misterios sin explicación.
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Oh, sabia Alteza, si su sabiduría es tan desbordante como se cuenta en las leyendas
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mundanas, responda a mi segunda adivinanza con la misma precisión de nuevo.
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¿Qué es aquello que se alza de la tierra al cielo para luego volver a descender?
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Nadie lo ha visto nunca, pero ello todo lo ve.
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Su principio es igual que su fin, y su fin es idéntico a su principio.
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Y aun así solo puede descender desde arriba y no ascender desde abajo. ¿A qué me estoy refiriendo?”.
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A lo que la princesa de (...) respondió:
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“Me estás hablando de la ley celestial, del plan divino forjado en el origen de los tiempos.
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No hay nadie en este mundo que haya presenciado la ley eterna, pero esta siempre ha dominado los designios de la realidad.
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Uno debe postrarse solamente ante el espíritu divino de Vaana, nunca ante los ladinos y engañosos.
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Si uno se atreve a imitar las artes prohibidas, no conseguirá más que la destrucción en el precipicio de la sabiduría”.
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