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Todo el mundo sabe que los Lawrence eran una familia aristocrática con una reputación cuestionable.
La lujosa vida de la familia se sostenía mediante la represión del pueblo.
Los Lawrence llevaban vidas licenciosas. Bajo su cruel gobierno, cometieron innumerables crímenes contra el pueblo.
Aunque la gente común resentía unánimemente la codicia de los nobles, nadie se atrevía a alzar la voz.

El joven Dietrich era un noble aristócrata.
No había cometido ningún crimen deplorable a su tierna edad. De hecho, su habilidad con la espada era supuestamente excepcional entre los círculos nobles.
Sus únicos defectos eran su mal genio y su ilusión de que todo el universo giraba en torno a él. Tales rasgos, por supuesto, no eran poco comunes entre los hijos de la nobleza, por lo que no fue motivo de gran preocupación.
Sin embargo, dado que nació con el apellido de la familia Lawrence, era solo cuestión de tiempo antes de que lo arrastraran a las filas de los otros sinvergüenzas.

Así fue que un día, la fruta podrida de la familia decidió cometer su primera fechoría.
Poco antes se había saltado la clase de teoría elemental de su tutor, Damo, para a ir a jugar a la ciudad. Pero en el trayecto se encontró con una joven de cabello rubio y ojos azules.
Dietrich no podía describir el flujo de emociones que sintió en ese momento. Solo podía sentir que su corazón latía descontrolado y con una fuerza como nunca antes había sentido.
“Así debe ser como se sienta una gata madre al ver a sus hijos”,
pensaba Dietrich para sí mismo, que no pudo resistir la tentación de buscar a la joven.

A pesar de revelarle su identidad, ella lo miró desinteresada, sin ningún cambio de humor aparente.
Convencido de la ignorancia e inocencia de la plebeya, decidió que la secuestraría al amparo de la noche.

“Después de raptarla, la encerraré en una jaula, como una madre que castiga a su gatito desobediente”.