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En el pasado, había una canción folclórica muy popular que decía así:
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“Lanza al bardo itinerante tus monedas más desgastadas
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Regala a la doncella sus flores más amadas
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Agarra un vaso del vino más amargo
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Y brinda por el ayer, pues el mañana despertará de su letargo”.
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En el reino en el que la poesía y la música fluyen con el viento, las personas tienen un alma libre y, al mismo tiempo, sensible.
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Se dice que, en ciertas épocas del pasado, el tirano Decarabian y la aristocracia gobernante prohibieron algunas melodías y notas musicales.
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Esto se debía a que las personas con un oído muy agudo eran capaces de discernir en la música de los bardos y los cantantes señales que alentaban a la rebelión.
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De hecho, se sabe que la música y la poesía fueron una forma de comunicación entre los rebeldes.
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En la época del gobierno de la aristocracia, la Iglesia, que adoraba con gran devoción al Arconte Anemo, se dividió en dos ramas:
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Por un lado estaban los clérigos aliados de la nobleza, que, junto a ella, derribaron las estatuas del Arconte y compusieron odas e himnos de alabanza.
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Por otro, los llamados “santos”, que no ocupaban puestos clericales y vivían en las bodegas, las calles y fuera de las murallas de la ciudad.
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Estos últimos, que, a diferencia de los clérigos, solo se podían permitir vino barato, ofrecían sus bendiciones a la gente de a pie y a los esclavos con las sagradas escrituras originales en mano, las cuales llegaron al pueblo siendo transportadas por el viento.
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Además de ello, también compusieron poemas y canciones prohibidas.
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Cuando la gladiadora esclavizada de una tierra extranjera despertó junto al Arconte Anemo para alzar el estandarte de la rebelión,
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un anciano santo conocido como el “Pastor sin nombre” movilizó a los verdaderos fieles de la Iglesia de Favonius.
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Finalmente, junto a muchos otros, derramaron su santa sangre sobre estas tierras esmeralda.
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Y, para salvar a la nación, cantaron los gritos de guerra que se convirtieron en la segunda parte de aquella popular canción:
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“Entrega el acero más afilado a quien daría su vida para luchar
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Que los ladrones utilicen las horcas para a otros colgar
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Afila tus flechas oxidadas
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Pues cuando la música suene, las bestias serán cazadas”.
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