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Tras esa noche, el zorro no volvió a venir en varios días.
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Pero durante esos días, en el bosque aparecieron más y más presas.
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Pequeños pinzones, grullas de largas patas, jabalíes impetuosos...
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¿Era debido a la estación del año, o a la compensación del zorro? Fuera como fuese, esas noches al fin pude comer auténticos estofados con carne.
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Pero el zorro no volvió a aparecer.
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Suena extraño, pero antes me costaba menos dormir, incluso con el estómago vacío. Ahora, repleto y satisfecho, no podía dejar de pensar en lo que vi aquel día, el zorro que se convertía en mujer.
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¿Cuándo volvería a ver esos ojos cristalinos como el agua del lago?
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En este duermevela nervioso, oí un ligero ruido detrás de la puerta.
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Esperando ver una pequeña silueta blanca, salté de la cama y abrí la puerta.
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No había ojos cristalinos ni una cola blanca y sedosa, sino dientes de león que flotaban bajo la luz de la luna, como si fueran copos de nieve.
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De repente, algo se me metió en la nariz.
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“¡Achú!”
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Al momento, los suaves dientes de león formaron un remolino y volaron por todas partes, como en una ventisca.
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En medio de la ventisca de dientes de león, dos ojos como dos piedras preciosas me miraban como si quisieran llegar hasta mi corazón.
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Atravesando el remolino de dientes de león, avancé hacia el pequeño zorro.
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El zorro movió las orejas, agitó la larga cola sobre la hierba y, tras girarse, desapareció en la espesura del bosque.
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Lo seguí rápidamente.
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Una pequeña bola blanca y esponjosa aparecía y desaparecía entre las sombras de los árboles.
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Parecía la luz de la luna filtrándose entre las hojas, o los astutos Seelies con sus movimientos elegantes.
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Confiando en el zorro, lo seguí durante un tiempo hasta que salimos del oscuro bosque.
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Ante mí se extendía un mar interminable de dientes de león bajo la luz de la luna.
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Cuando aún no había recuperado el habla, oí un ruido detrás de mí.
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Un sonido débil y ligero, como los pies descalzos de una joven caminando sobre un suelo cubierto de hojas secas.
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El zorro llegó hasta mi espalda y el viento nocturno me trajo su olor, húmedo y fresco y con un matiz ligeramente amargo de diente de león.
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Dos manos se posaron sobre mis hombros, los finos dedos fríos como el hielo.
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Después se inclinó hasta mi oreja, sus largos cabellos derramándose sobre mi hombro.
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Pude sentir a mi espalda su pulso y el movimiento de su respiración, calmada y tranquilizadora.
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“Solo los zorros saben cómo llegar a este lugar, la patria de los dientes de león.
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Espero que se quede en este lugar y enseñe a mi hijo a hablar la lengua de los humanos...
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Como pago, le enseñaré cómo transformarse”.
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Me hacía cosquillas en la oreja, como una suave brisa nocturna que transportara dientes de león.
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Qué extraño, yo no había mencionado la magia de transformación, ¿cómo podía saberlo?
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No respondió y me tomó la mano para guiarme hacia el interior del mar de dientes de león.
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El viento del norte y el viento del sur, con su fragancia ligeramente amarga, traen recuerdos difusos.
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Me llevó a jugar tiernamente, al estilo de los zorros, entre los vellones blancos y suaves, hasta que la luna se elevó en el firmamento. |