2022-04-24 14:49:08 +05:30

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“Trotamundos, trotamundos, ¿a dónde vas?”, le dijo un niño al
joven trotamundos, quien se detuvo en el camino.
El niño era el hijo de un herrero de Tatarasuna y, aunque padecía una enfermedad, su mirada era asombrosamente brillante.
El trotamundos respondió al niño diciendo que iba a la Ciudad de Inazuma.
“Pero ahora está lloviendo mucho, ¡y dicen que quien en el pasado se marchó nunca pudo regresar!”.
El joven abrió la boca para responder, pero, al final, lo único que hizo fue sonreír al niño.
Cuando regresó a la isla, ya no había ni rastro de aquel pequeño...
“Jovencito de Inazuma, ¿a dónde quieres ir? ¡No puedes subirte a este barco!”, advirtió el barquero al joven trotamundos, quien
se detuvo en aquel puerto.
Antes de que este pudiera desenvainar su espada, un hombre que lo acompañaba extendió la mano para frenarlo.
El hombre le explicó al barquero que el joven forastero iba con él.
“Así que es un huésped suyo... Vaya, ¡qué despiste por mi parte!”.
El hombre le dio al joven un abrigo para protegerse del frío, pero este negó con la cabeza.
Lo único que quería era ver qué cosas interesantes le deparaban sus viajes.
“Señor heraldo de Los Once, ¿a dónde desea ir?”
Lo que más detestaba el joven era a los humanos ruidosos y molestos, así que le dio una bofetada a su subordinado.
Sin embargo, lo que más le gustaba era observar el miedo y la impotencia de los humanos.
Tal vez su rostro expresivo fue la razón por la que conservó a ese subordinado a su lado.
Entonces, le dijo al hombre temeroso, que ahora estaba de rodillas, que se dirigía hacia el este, a Mondstadt.
“Entendido, señor. Entonces iré preparando a los guardias”.
No era necesario llevar ningún guardia, pero el joven no tenía ganas de discutir con semejante incompetente.
Se volvió a poner su sombrero de trotamundos y se dirigió hacia el este.
“Hola, jovencito, ¿adónde vas?”, le dijo una anciana que había en
el camino al joven que iba de vuelta a su nación.
Él respondió que se disponía a ir hacia el oeste.
“¿Vas a la Isla Yashiori? ¿Qué tienes que hacer allí?”
La anciana lo preguntó sin pensar, porque se sentía un poco preocupada por la situación en aquella isla.
El joven agradeció a la anciana por su preocupación con una sonrisa, y le explicó que tenía un compromiso con otra persona.
Cuando el barco llegó a tierra, una mujer con ropas de forastera estaba en la orilla.
Desde lejos, le lanzó al joven una esfera muy brillante.
Él la atrapó al vuelo sin problema y apuntó con ella al sol, que emitía un brillo escarlata.