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2022-08-22 11:01:19 +05:30

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Cuenta la leyenda que cuando el ignorante rey cayó a causa de su propia ambición, en el desierto surgieron muchos más reyes. Sin embargo, todos fueron cayendo como supernovas que explotan.
Muchos tiranos de poca monta reunieron a los refugiados que huían del desastre y utilizaron ruinas antiguas como base para construir templos, ciudades palaciegas y murallas.
Las ciudades construidas sobre ruinas se desmoronaban día tras día, y los tiranos, que una vez alardearon de su poder y riqueza, tuvieron una existencia efímera.
Esta lámpara de aceite perteneció al joven príncipe de uno de esos reinos decadentes. Es uno de los últimos tesoros que quedaron en la colección de su familia.
“Mi padre subió a una torre alta para perseguir a un halcón, pero la torre era muy antigua y no pudo soportar su gran peso, así que se cayó a las ardientes arenas del desierto.
Y así fue como el reino llegó a su fin. Yo, quien se suponía que heredaría el trono, me vi envuelto en un caos innecesario y me convertí en un peón de conspiraciones.
En aquel entonces, mi corazón le pertenecía a alguien. Ella deseaba ser reina, mas no le importaba quién fuera su rey.
Así fue como perdí a mi amada. Por el bien de mi vida y del trono, sellé su boca con el beso de una víbora y cubrí su cuerpo con un manto de arena.
Después, al igual que en cualquier otro reino que recuerdo, enemigos de dentro y de fuera, tíos maternos y paternos, esclavos y plebeyos, todos comenzaron a pelear y a matarse los unos a los otros.
La escasez y la guerra son como dos gemelos que han nacido con deformidades. Bailan incesantemente en las ardientes arenas que ya no tienen dios mientras nosotros enterramos nuestros egos en espejismos”.
Así fue como el reino sobre la arena ardiente quedó sepultado en ella, y el noble príncipe, pudiente en el pasado, se convirtió en un exiliado que lo perdió todo.
Con el deseo de conquistar un nuevo mundo, y con las pocas posesiones que le quedaban, el príncipe emprendió un solitario viaje por la selva.
Mucho tiempo después, el príncipe que pretendía gobernar el bosque cual tigre de melena larga fue conquistado por la luz silenciosa de la luna.
Atraído por la vigorosa figura de una cazadora que llevaba un arco blanco, y tras noches de persecución y evasión, el príncipe
exiliado aprendió poco a poco a comprender los murmullos de la selva y los gruñidos de los tigres, y fue acogido por un sueño bondadoso.
“Jajaja, qué historia tan buena. Un noble exiliado y la búsqueda de su destino y su antigua gloria...
La dorada tierra de los sueños siempre llama a la errante tierra que le pertenece”.