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Era la época del Rey del Laberinto...
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La damisela más virtuosa e inteligente al servicio del rey entendía el lenguaje de las bestias y era capaz de descifrar poemas a través del resplandor de la luna.
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Protegía el silencioso bosque, las tranquilas aguas en las que se reflejaba la luna y los infinitos terrenos de caza al final del bosque onírico.
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“Nacimos en el majestuoso bosque exuberante y nuestro mundo está bajo la sombra de los árboles y sobre las verdes praderas.
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Las cosas que pertenecen al bosque siempre acabarán regresando a él. Mientras respetemos las leyes de la naturaleza, no habrá por qué temerle a la muerte.
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Porque siempre y cuando sigamos las leyes de la naturaleza, estas nos guiarán por el laberinto del bosque y podremos llegar a la más vasta de las praderas”.
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Sus enseñanzas inspiraron a muchos niños, pero, al igual que las venas de un tigre, poco a poco se fueron achicando.
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Era la época de la luna ominosa...
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Un joven ciego viajó a través de muchos reinos y atravesó montañas y ríos para seguir los pasos de su hermano mayor, quien vestía una armadura blanca.
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Pero finalmente, terminó perdiéndose en la oscura frondosidad bosque.
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Aunque estaba obsesionado con la práctica de la espada, era más dulce que cualquier otra persona. Y a pesar de ser bastante dogmático, no había nadie más justo que él.
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Al final de una de sus inmaculadas visiones, encontró en el bosque una reliquia pura y blanca como la luz de la luna.
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Después de eso, una bestia sedienta de sangre apareció. Cuando la cazadora llegó hasta él siguiendo la tenue luz de las ramas blancas,
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ya no le quedaban fuerzas para pedir ningún deseo. La figura blanca que había guiado su corazón se tornó más apagada y desapareció.
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Eran tiempos en los que reinaba la oscuridad, tiempos en los que el amanecer aún estaba muy lejos.
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Entonces, en su pesadilla, el sabio atisbó una espada larga y oscura y un color carmesí expandiéndose en el agua. |