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Un hermoso objeto hecho de un raro esmalte natural.
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Cuenta la leyenda que el Ojo de la Perspicacia fue una vez tan brillante, claro y liso como la superficie de un lago, pero, con el paso de los años, se volvió opaco.
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Las fuentes escritas populares afirman que en una noche tranquila, uno puede escucharlo emitir unos suaves sonidos.
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A veces suena como una brisa suave. Otras, como el fluir de un manantial.
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Se dice que el Ojo era una herencia que los Adeptus legaron en Liyue, y que, al final del todo, llegó a manos de la familia Yun.
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Un día, uno de los Yun estaba paseando por las montañas, donde se encontró con un exorcista llamado Huang, que había venido a pedir consejo a los Adeptus.
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Yun habló con Huang largo y tendido, a quien, finalmente, le regaló el Ojo de la Perspicacia. Asustado, Huang lo rechazó, y Yun dijo con una sonrisa:
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“Esta perla es la quintaesencia de la naturaleza. Solo alguien de corazón puro podrá usarla”.
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Como forma de agradecer a Yun, Huang tomó el Ojo, lo colgó de su cuerpo y lentamente se dirigió hacia Liyue. En el camino, ni la lluvia ni el viento fueron capaces de detenerlo.
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Como alguien en busca del camino de los Adeptus, Huang vagaba por las tierras sin descanso. Por lo tanto, a menudo iba a los mercados de los pueblos para comprar agua y alimentos.
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En las calles del puerto solía haber mucha gente mala. Sin embargo, Huang caminaba entre ellos con total libertad, y nunca nadie lo engañó.
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Algunos tenían curiosidad: ¿cómo podía este exorcista amante de los libros sentirse como pez en el agua en la ciudad y nunca perderse?
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Cuando alguien se lo preguntó, él respondió: “Este Ojo tiembla ante la maldad y me ayuda a ver qué corazones son verdaderos”.
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El Ojo de la Perspicacia podía revelar la naturaleza de los corazones humanos. Sin embargo, como nadie sabía cómo funcionaba realmente, eran muchos los que recurrían a cuentos populares para explicarlo.
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Algunos dicen que, a medianoche, se podía escuchar débilmente una suave brisa, o el agua de un manantial fluyendo entre las piedras del mismo.
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Ambos recuerdan al murmullo de los demonios que se alimentan de pensamientos perversos, algo muy común en las historias que las madres contaban a sus hijos en días pasados.
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