2022-09-27 21:30:24 +05:30

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Esta historia sucedió hace miles de años, durante la era en la que el necio rey divino fue sepultado por las tormentas de arena.
El príncipe errante, despojado del reino, se retiró a la frondosa selva y se rodeó de la tranquila luz de la luna.
Había venido con la ambición de conquistar nuevas tierras, pero acabó siendo perseguido por la cazadora de arco blanco.
Al final, el miserable forastero errante acabó atrapado entre enredaderas, mientras escuchaba bajo la fría luna los gruñidos de los tigres.
“Los caminos de la selva son tan traicioneros que los mortales solo podían guiarse por los parches de cielo estrellado que a duras penas se abrían en la espesura.
Las titilantes estrellas guiaron al forastero errante, pero también lo condujeron hacia una trampa mortal.
La cazadora volaba por el bosque empuñando su arco blanco y repeliendo a este intruso una y otra vez.
Acompañada de su viejo tigre compañero, silbaba la orden de expulsarlo, pero no de cobrarse su vida”.
El viejo bardo ciego repitió la historia del príncipe errante con voz ajada y carrasposa.
Aunque hacía mucho que perdió la vista, seguía dirigiendo su rostro hacia la estrella que lucía junto a la luna.
La titilante estrella guio al forastero errante hacia una nueva esperanza, pero también a su perdición.
Años después, cuando el forastero errante que había perdido todo se enfrentó a la muerte, tuvo que tomar una decisión.
Cuando la muerte le murmuró sus enseñanzas al oído, por fin comprendió qué significaba la advertencia...
“No perteneces ni al bosque ni a la muerte, así que mantente alejado del palacio del rey.
Si aún estimas la vida y los recuerdos, no te adentres en las oscuras y peligrosas tierras.
“Deja de repetir esas tonterías...
Si mi destino errabundo me conduce hasta la luna y su arco blanco, si las estrellas me muestran mi fin...
... Prefiero correr esa suerte antes que morir persiguiendo un halcón”.