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Una gran espada fabricada a partir de la columna vertebral de un gran monstruo marino. Cada vértebra esconde una historia única.
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En el pasado, los marineros adornaban la proa de los barcos con los huesos del monstruo,
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a fin de intimidar a las bestias de las profundidades del océano, las cuales envidiaban a los habitantes de la tierra.
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Cuando en el pasado las aguas del océano aún no se habían calmado, embarcarse en una travesía por el mar podía ser una sentencia de muerte.
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Las despreocupadas canciones de marineros de hoy en día, llamadas salomas, eran, en épocas pasadas, canciones de despedida que sumían a la gente en un amargo silencio.
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En aquellos tiempos, había un capitán que siempre llevaba una gran espada, y al que le gustaba beber y cantar antes de emprender un viaje. Cuando la gente le preguntaba por qué lo hacía, él se reía y decía:
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“Conozco mis límites. ¿Qué daño hace un poco de vino y de alegría? Cuando la marea y el viento sean favorables...”
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Nunca terminaba esa frase cuando la decía. Simplemente alzaba su copa y animaba a todo el mundo a su alrededor para que bebiera.
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Al fin llegó el día en que la marea y el viento eran favorables, y fue posible izar las anclas del torpe y gigantesco navío.
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Este se adentró en la bruma del mar, navegando a través de olas oscuras hacia la lejanía del océano, el cual estaba repleto de criaturas marinas.
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Finalmente, ni el capitán que cantaba ni su barco regresaron nunca al puerto rodeado de montañas.
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Tras varios días, el cadáver del monstruo marino llegó hasta la costa arrastrado por las corrientes marinas y las olas.
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En su herida causada por la gran espada se podían distinguir unos brillantes huesos blancos. Sin embargo, la sangre que se debió desprender ya había sido limpiada por el mar.
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“Cuando la marea y el viento sean favorables, zarparé al mar y la vengaré a ella, tan fascinada por el sonido de las olas.
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¿Y qué si acabo muerto en el fondo del mar? Así, al menos, podré enviar las salomas que tanto le gustaban a las profundidades del mar donde ella se encuentra”.
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Hoy en día, ya no hay criaturas gigantes que emergen de las olas y las tormentas marinas.
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Y la costumbre de adornar la proa de los barcos con los huesos de monstruos marinos acabó perdiéndose cuando estos se extinguieron.
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No obstante, aún se puede oír en alguna rara ocasión el escalofriante rugido de una tormenta en las profundidades marinas...
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