2022-04-24 14:49:08 +05:30

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“Pero ¿qué ganan los demás si las ambiciones del Sr. Sher se vuelven realidad?”.
Faranges, la ministra de Asuntos Militares, observó el mar de estrellas frente a su ventana. La galaxia y los astros emitían una luz pálida sobre su rostro y se reflejaban al recorrer lentamente sus cabellos.
No pudo evitar recordar la primera vez que vio ese vasto océano de estrellas desde esa misma ventana, pero había olvidado el asombro que sintió en aquel entonces. Los recuerdos de su tierra natal, a cientos de años luz de ahí, se habían tergiversado y quedado en el olvido.
“Su Majestad, perdone si lo que voy a decir está fuera de lugar, pero esta guerra ha durado mucho tiempo. Hemos peleado con incontables constelaciones, hemos acabado con decenas de millones de vidas por medio de todo tipo de planes y medios y nos hemos convertido en alcaldes y emisarios de constelaciones desconocidas, todo para hacer realidad el sueño del Sr. Sher. Sin embargo, ¿qué hemos obtenido nosotros de todo esto? Nuestros enemigos ocupan todos los rincones de la galaxia y no dejan de crecer en número. ¡Un día terminaremos engullidos por ellos!”.
“La visión de mi hermano es la de un imperio eterno, un imperio que no sabe lo que es el miedo o la carencia. Los menos ya no dictarán el destino de los más, nadie será considerado más importante que otro y los desamparados ya no serán considerados criminales. Los enemigos que no puedan comprender esta visión caerán por el peso de su propio destino”.
La princesa Gopatha sacudió la cabeza. Su voz era amable y fría a la vez.
Al parecer, la guerra antiguerrilla intergaláctica no solo se cobró su brazo y su ojo, ya que cuando Faranges la miró, ya no vio a la alegre mujer que solía ser antes...
“Creo en la decisión de mi hermano. No es alguien que tome decisiones para beneficio personal, así que no vuelvas a hablar así de él”.