“En el sueño áureo, nadie tendrá que beber ni una gota más de amargura”. Según una antigua leyenda, una vez existieron tres amigos que eran inseparables. Una de ellos terminó marchitándose como una rosa y se descompuso en el barro. Las tormentas de arena redujeron al reino de las flores a una mera historia, a un sueño dentro de una canción. Otra de ellos construyó en un rincón del desierto un gran oasis como nunca antes se había visto. Y otro volcó todo su intelecto y energía para crear un espejismo eterno en medio del desierto. Nadie debería llevar grabadas en el rostro las marcas dejadas por el dolor y la separación. “Cuando la luz de luna abandone la palma de tu mano, cuando la solitaria luz plateada se repliegue del laberinto del mar de arena, espero que puedas recordar cómo ardió tu acompañante en los sueños bajo la luz cegadora del sol”. Y así, los recuerdos obsesivos surgieron en medio de un mundo nuevo en llamas, como un fuego sin humo. Y así, aquellos que miran al pasado con un ojo y a la tierra de ensueño con el otro terminarán perdidos. Y así, él fijó su mirada en el conocimiento prohibido de las profundidades y escuchó un dulce susurro...