Un elegante reloj con un cascabel de santuario. Sus agujas están paradas para siempre apuntando a la hora en la que el rocío aún no se ha evaporado. A medida que el día clarea, el rocío se condensa y desaparece. Pese a ser extremadamente hermoso, ese paisaje solo dura unos instantes. Una vez pude disfrutar junto a la señorita Saiguu del chillido de las cigarras y la luna en una noche otoñal. En aquel entonces, yo no era más que una miko de pueblo, joven y muy terca. Igual que el incesante piar de un pinzón, insistía fuertemente en mis propias opiniones. Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de la Kitsune Saiguu, que pronunció unas palabras incomprensibles para mí: “Aferrarse a una belleza transitoria es como intentar conservar el rocío matutino. Igual que dicho rocío, yo ya me he desvanecido. Lo único que has visto de mí es una imagen residual nacida de tus deseos”. Con una expresión triste como la luna, no dejaba de decir cosas incomprensibles mientras intentaba hacer memoria. Entonces, de repente... Me golpeó en la cabeza con su pipa mientras mostraba su típica cara de reprimenda y burla: “Pronto va a amanecer, Hibiki. Deberíamos volver ya”.