Personificando la última y diminuta esperanza de salvación de la ciudad sepultada, el héroe comenzó su viaje. Marchó con orgullo y desapareció en la tormenta interminable con la corona del invierno sobre su cabeza. Cargando el acuerdo con la ciudad de montaña y su mirada límpida, el guerrero no temió ni una vez a lo desconocido que le aguardaba tras la cortina de hielo. Su motivación para seguir adelante era la montaña que solía ser verde y las bendiciones que ya no caían del cielo. “Tras la puerta sellada por el hielo, recorriendo los túneles hacia las profundidades,” “romperá una rama plateada y traerá esperanza a la tierra cubierta por la nieve”. La joven cantaba así para reconfortar a su pueblo, y atesoraba los recuerdos que tenía de él. Estaba convencida de que él volvería a su lado y traería la primavera y una esperanza inquebrantable. Pero, al final, el guerrero que salió a enfrentarse a la tempestad no volvería a tiempo. Palabras de odio desgastadas por la nieve y el viento lo acusarían de huir...