El extranjero que ayudaba a otros a buscar esperanza en medio del invierno bebía de un vaso hecho de hielo. El vino amargo que bebía en este vaso estaba frío como el filo de un cuchillo y notaba cómo le bajaba por la garganta hasta el estómago. A una persona normal no le gustaría esta sensación, pero el héroe silencioso la disfrutaba. Era un guerrero tan callado como el propio hielo y con su cuerpo bloqueaba el viento gélido que soplaba desde las estrellas. Sin conformarse con la protección del hombre que admiraba, la joven que pintaba le dejó estas últimas instrucciones: “Si el miedo o la desesperación, dos sentimientos que nos son innatos, te aprisionan o te impiden volver...” “... entonces sigue viviendo, te lo suplico. No nos acompañes a nuestra perdición... a marchitarnos en el silencio helado”. Mientras bebía otro trago del vino amargo, evitó mirar a los ojos empañados de la joven y después partió en un viaje sin fin hacia la tierra de las nieves y las profundidades.