Bañado en las llamas que devoraban su tierra natal, la cara del Berserker demente ya era irreconocible. La máscara de acero se convirtió en su propia carne y marcó un semblante despiadado en su rostro. Durante una feroz batalla, su oponente rompió en dos la horrible máscara. Las grietas atravesaron el acero, destrozando la piel y la carne que había crecido en ella. Pero ni el dolor ni la sangre pudieron detener los inquebrantables pasos del Berserker. Entonces, rugió y rugió hasta que la sangre fresca cubrió los coágulos negros endurecidos en su rostro.