Todo buen jugador de apuestas es más o menos supersticioso, y uno de sus mayores intereses son los cubiletes de dados hechos a medida. Este era el cubilete de la Jugadora. Sorprendentemente, no tenía instalado ningún complicado mecanismo. Una mitad de la suerte de la Jugadora la decidía el destino, y la otra, ella misma. Además, nunca tiraba los dados fuera de la mesa.