Un despiadado poder despedazó toda esperanza e hizo que la promesa de volver a verse desapareciera como sombras fugaces. El Viajero errante había perdido una vez más el lugar al que llamaba “hogar”. El desdeñoso mal robó la alegría de su amada, Y el interminable conflicto destrozó su alma irreverente. Esas melodías suaves y juguetonas como un hada Se convirtieron en un sonido metálico, agudo y latente. Por sus camaradas, por su mejor amigo, por las mesas en las que nadie volvería a beber vino... Por la libertad, por la vida y por vengarse del mal que se había llevado su sonrisa. Así, con gran resolución, el Viajero tocó por última vez la lira y disparó su última flecha. Cuando ya estaba acostumbrado a vivir en esta tierra extranjera, un día miró hacia el cielo azul. Entonces, supo que el cielo era el mismo que el de su tierra natal...