El territorio de la Sima siempre ha tenido cierto tono de color cinabrio. Entre los mineros y los comerciantes de minerales de las montañas corre una leyenda sobre un Yaksha... Cuentan que un solitario viajero de cuatro brazos llegó a aquel salvaje lugar donde antaño cayó un astro. Cuando los pobladores de las montañas se enteraron de que el viajero, en su travesía para desterrar el mal, había llegado a su territorio, todos se amontonaron en torno a él. “Oh, visitante de tierras lejanas, por favor, acepte nuestro vino y escuche nuestra historia. Tal vez el vino de las montañas sea demasiado amargo, pues está muy lejos de ser tan excelente como el licor de Rex Lapis en la Cordillera Tianheng. Sin embargo, la montaña nos ha obsequiado con sus piedras y su jade, así como con la posibilidad de vivir de la explotación de los escarpados peñascos. Nuestra vida no es perfecta, pero gracias a Rex Lapis vivimos más cómodamente y con menos preocupaciones. No obstante, la situación ha cambiado, y una oscura sombra se ha puesto en medio de la bendición que trajo consigo el astro. Aunque no disponemos de las grandiosas ofrendas que deberíamos hacerle según el contrato, permítanos, oh, gran Yaksha, el atrevimiento de rogarle que nos salve”. El visitante escuchó en silencio las plegarias de los ancianos y, taciturno, bebió de un trago el amargo vino. Sin hacer ninguna promesa ni reprender a los mortales por su falta de etiqueta, se volteó y se marchó él solo en dirección este. En cuanto a qué ocurrió después, todo el mundo lo sabe... Sin embargo, esta sencilla copa de arena cristalizada con la que brindó con los ancianos constituye la prueba de la formalización de su contrato; una prueba que ha llegado hasta hoy en día.