Un lujoso cáliz hecho de oro. Fue un obsequio que el amo del Gladiador le dio como premio. De este cáliz bebió el Gladiador victorioso, ya fuera vino o la sangre de los vencidos. Tras otra de sus victorias, el Gladiador, cubierto de heridas, ofreció el honor de la victoria a su maestro. Más embriagante y adormecedor que el buen vino fueron la victoria, el honor y los aplausos de la multitud. El maestro, que le permitió sentarse a su lado y beber con él, le obsequió este cáliz. Delicado y hecho solo para él, representaba el cuidado y afecto del maestro. Pero las cadenas doradas de la vanidad habían aprisionado al Gladiador y la serpiente venenosa del deseo lo estranguló. El campeón se detuvo a la espera del vino de la victoria y perdió la oportunidad de recuperar su libertad.